dimarts, 7 d’abril del 2009

De "gatas con botas" y "caperucitos rojos"

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Ellas pueden ser piratas, dragonas, bomberas, ir a la Luna o besar a bellos durmientes. Sin embargo, los cuentos nos siguen contando que ellas necesitan del "príncipe azul", que son las brujas malvadas que siempre acaban peor, o las pobres víctimas del lobo. Son las rescatadas por los héroes, las cenicientas...

Cuando se transita la edad preescolar, la imaginación que se desborda encierra aventura, exploración, curiosidad...; basta con asomarse en un espejo para que se dibujen travesuras en los ojos. En esas edades, cada vez que se escucha un cuento, se tiende a la identificación con los personajes y con las actividades que se realizan dentro de las historietas. Fácilmente, se pasa de espectador a protagonista.

Desde los "inofensivos" cuentos para soñar las buenas noches, ambos, niñas y niños, empiezan a interiorizar las reglas del juego y cada cual se coloca la camiseta de acuerdo con el color de su sexo (rosa para las niñas, azul para los niños).

Ellos son los fuertes, los que no lloran, los valientes, los inteligentes, los que figuran, los que protegen... los que dominan. Ellas, en cambio, son las afectivas, las delicadas, las ingenuas, las dependientes, las indefensas... las subordinadas.

No es raro escuchar afirmaciones como estas: "es que las niñas son tan tranquilas, pero ellos son tan inquietos". Creeremos, entonces, que nacemos prediseñados. Pues no, por demás está decir que ya algunos escuchan esas historias desde que se encuentran en el vientre materno y, una vez que sus ojos se quiebran por la luz primera, empiezan a asumir los papeles y actitudes que se supone les corresponden.

La mayoría de los cuentos infantiles, tanto clásicos como contemporáneos, reproducen el sexismo. Pero esas historias de "hadas" son sólo un eslabón de la cadena. En realidad, nuestras sociedades recrean, mediante la transmisión oral y el ejemplo, el orden establecido que prevalece, o sea, el patriarcado, y por añadidura el adultocentrismo.

En todos los universos de convivencia y comunicación (familia, escuela, iglesia, medios de información) se transmiten y refuerzan las pautas socioculturales de género y las personas menores de edad rápidamente interiorizan los papeles y los estereotipos.

Si de ilustrar se trata, revolvamos el baúl de la memoria para recordar un "coqueto" anuncio publicitario para televisión, que se pasó en algunos países latinoamericanos, sobre pañales desechables. En él se exponía una pasarela donde, por supuesto, las modelos eran las niñas (las bebés), y los niños (los bebés) eran los jueces del evento... Luego se extrañan cuando una niña de cuatro años dice que quiere ser más delgada o pide que le pinten las uñas y la boca...

La cultura sexista se traduce en cotidianidad. Las niñas se acostumbran a la invisibilización, a su papel de objeto, a su rol sumiso. Los niños, por el contrario, se sienten legitimados, con el poder para "domesticar". Claro, no hablamos de la domesticación que le suplicó la zorra al Principito... Hablamos de la superioridad para controlar, para decidir, para establecer, para mover los hilos de los títeres.

Para contrarrestar está formación equivocada y excluyente, que perpetúa el mismo modelo, no basta con modificar los recursos o los contenidos pedagógicos. Lo esencial es producir un cambio en las actitudes y en las formas de pensar de las personas involucradas en el proceso de la enseñanza y el aprendizaje, considerando que ese proceso atañe tanto a la escuela como a la casa.

En esa dirección, es necesario erradicar el sexismo presente en los dos universos de la niñez: el hogar y la escuela, para implementar un modelo de educación que fomente el desarrollo real de las personas.

Un desarrollo que les permita desenvolverse de manera plena en cualquier proyecto, con independencia de los papeles tradicionalmente asignados. Una reforma integral que ofrezca las oportunidades para asumir diferentes papeles, actitudes y expectativas, sin discriminación por razones de género, ni de ninguna otra naturaleza.

No cabe duda de que urge generar un cambio y no se trata únicamente de crear cuentos donde leamos las historias de "La gata con botas" o el "Caperucito rojo", además de una relectura de los textos infantiles o de los mensajes emitidos por los medios de comunicación.

Debemos hacer una relectura del mundo, de lo que estamos heredando, pues muchas veces se critica lo que, inconscientemente, se reproduce.




Por Evelyn Vargas Carmona
Fuente: Semlac

dilluns, 6 d’abril del 2009

Su Majestad la Leche de Vaca, por Laura Gutman

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La leche es una secreción glandular presente en todos los mamíferos. En la naturaleza hay cerca de 5000 especies, y los humanos somos sólo una de ellas. La leche sirve para alimentar a la cría hasta que esté en condiciones de alimentarse con autonomía. Ninguna otra especie continúa con el consumo de leche después del período de lactancia. Cuando crecemos, los mamíferos perdemos las enzimas que permiten la digestión de la leche, porque sencillamente no las vamos a necesitar más. Sin embargo los seres humanos ignoramos esa ley natural.

Tengamos en cuenta que cada leche es específica, es decir, que tiene una fórmula especial para cada especie y varía considerablemente entre una y otra. Tanto la leche de vaca, como la de oveja, la de ballena, la de elefanta, la de morsa o la de perra son diferentes entre sí, y difieren obviamente de la humana. La leche de vaca sirve para criar terneros, un animal grande con cuatro estómagos que llegará a pesar 300 kilos. La leche humana en cambio privilegia el desarrollo de la inteligencia.

Es importante que sepamos que la “leche de fórmula” -como la llamamos hoy en día- es leche de vaca modificada para adaptarla a los requerimientos del bebé humano. Pero no es un invento químico, como muchas madres creemos.

¿Cuál es el efecto nocivo más fácil de detectar en el organismo humano? El moco. La principal responsable es la caseína, una proteína abundante en la leche de vaca. El moco es la reacción saludable del organismo contra una proteína que no puede incorporar. Por lo tanto, en la medida que incorporamos leche o lácteos, el organismo segrega moco. El resfrío común deriva en dolor de garganta, luego en rinitis, sinusitis, bronquitis, otitis, neumonía, y en todas las infecciones respiratorias con las que conviven los niños durante la infancia.

A pesar de esta abrumadora realidad, los adultos no podemos creer que la leche, la bendita y maravillosa leche, se nos vuelva en contra. Preferimos apegarnos a nuestras creencias en lugar de hacer caso a la sabiduría innata del organismo de nuestros hijos.

¡Todos nuestros niños están repletos de mocos y no estamos dispuestos a relacionarlo con la ingesta de leche! Parece que el miedo al cambio es más fuerte que el acceso a la verdad.

Laura Gutman, Abril 2009